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Antonio Briceño: "Pocas cosas son tan difíciles como mirarnos"


(Fotos cortesía Nicola Rocco)

Nuevas heridas lo acompañan. Las más antiguas, esas que dice que aunque ya parezcan estar cicatrizadas nunca desaparecerán, se han acrecentado. Es cruel al referirse a una en particular: ya no vive en Venezuela. Está en Barcelona, España, estudiando un Máster en Artes Digitales en la Universitat Pompeu Fabra. Sí, pero igual le duele no estar en la tierra que desde 1987 comenzó a ver sus fotografías en las galerías y museos nacionales. En el país que representó en 2007 en la Bienal de Venecia, con la exposición Gods of the Americas. Le duele no estar en la Venezuela que en 1976 recibió los restos de su madre, quien moriría en el accidente aéreo que le robó las voces al Orfeón Universitario de la Universidad Central de Venezuela.


Antonio Briceño, biólogo y fotógrafo, ya le abrió las compuertas al llanto. Para lograrlo siguió el camino que le indicaba desde niño su ojo fotográfico y sus inquietudes. Consiguió a través del retrato, y de todas aquellas herramientas tecnológicas hasta ahora creadas, darle cuerpo y forma a sus angustias. Logró mirarse a través de la mirada del otro. “Gran valor, pues pocas cosas son tan difíciles como mirarnos”, se atreve a decir. Así nació, en 2012, el trabajo de 32 obras que componen Las Plañideras, nuestras últimas lágrimas. Viajó hasta Piura, una pequeña comunidad peruana, en donde halló a las Plañideras, un grupo de mujeres que van a los velorios a llorar por muertos ajenas. Ellas lloran por él y por sus difuntos.


Volvió a hacer catarsis, en 2014, con Omertà petrolera. La era del silencio. Ahí, con videoretratos, capturó el silencio de un grupo de víctimas de las manifestaciones de febrero y marzo de 2014 en Caracas. En silencio le dio voz a las quejas de quienes tuvieron que padecer la injusticia y la violencia. Exorcizó la impotencia que le generó saber que a un amigo fotógrafo lo habían atacado militares y paramilitares, cuenta, que consiguieron fracturarle el alma y algunas costillas. Ah, y despojarlo de su equipo.


“Es una forma de sacar un movimiento interno para ponerlo frente a mí como un ente vivo. Para encararlo personalmente y mostrarlo públicamente”, explica quien durante 28 años de trabajo le ha dado visibilidad a acontecimientos que la sociedad o un grupo de personas le han otorgado invisibilidad. En esa invisibilidad también entra él. Hizo invisible su dolor.


Exposición "Las Plañideras, nuestras últimas lágrimas" (Foto Nicola Rocco)

Esto le ha dado pie para que el cuerpo de trabajo, de quien nació en Caracas el 5 de diciembre de 1966, no se halle en una categoría específica. Él ha hecho con sus imágenes un estudio sociológico, ha trabajado sus emociones, ha tocado aspectos psicológicos, antropológicos, políticos... y un largo etcétera. Así capturó el lenguaje hablado y simbólico del pueblo Sami, que habita en Laponia, al norte de Noruega, Suecia, Finlandia y el noroeste de Rusia. Con este estudio nació, en 2011, 520 renos.


Viajó a Ruanda para retratar las mil sonrisas de sus pobladores en Millones de piezas, un rompecabeza, en 2010. En el mismo año expuso Míranos, en donde hizo visible a 21 tribus indígenas colombianas. Los llevó a la Bogotá, y los fotografió. Homenajeó a El Dorado, lugar mítico lleno de oro de Sudamérica, en 2009, con Los doce de oro, zoodíaco neotropical. De los maoríes, de Nueva Zelanda, tomó la importancia del culto a los ancestros, a través de los cuales se manifiesta una importante devoción, y creó El árbol, en 2008.


En 2006 también hizo visible, en Sobre el agua, a los lancheros anónimos que día a día trasladan a los transeúntes que van desde el pueblo de Soledad, que se encuentra en la zona más estrecha del caudaloso Río Orinoco, a Ciudad Bolívar. Y, por supuesto, su trabajo más alabado, Dioses de América, nació entre 2001 y 2007, cuando Briceño decide, o comienza su empeño por la visibilidad de lo invisible, construir una iconografía personal basada en diversas mitologías indígenas, que custodian los extraordinarios parajes de América.


“Desde hace como 20 años empecé a tener la necesidad de recurrir a diferentes herramientas para complementar mi trabajo expresivo. Es la sensación de limitación la que me hace buscar dichas herramientas, más que una pasión por éstas per se. Pues la técnica y el equipo no son más que eso, herramientas. Sin el contenido, no van pa´l baile, así que están subordinadas. Cada vez que en un trabajo me ha resultado insuficiente la técnica que he usado hasta ese momento, comienza entonces la búsqueda que satisfaga mi lenguaje”.


-¿A qué le tienes miedo?


- A la violencia, a la estupidez, al conformismo, a la insensibilidad y, sobre todo, a la vocación de rebaño, de cordero, que hace que las personas sean capaces de ignorar la realidad y de cometer las cosas más asombrosas y grotescas, para que las acepten y les den cabida en sus respectivos rebaños o jaurías.


-¿Qué te hace feliz?


-La libertad. El poder llevar a cabo mis proyectos personales hasta su final, un final compartido, aunque no encajen en la moda, en lo que se espera en el rebaño.



-¿Cómo sería un retrato de Antonio Briceño?


- En la pata del Salto Ángel, emparamado, en ese éxtasis inigualable que me produce la naturaleza, particularmente ESA naturaleza. Habría de ser tomada por otro, pues éxtasis y manejo de cámara son incompatibles...


Nota: Antonio Briceño inaugura, el próximo 5 de junio, La piel de Marte, en la Galería D' Museo.


Esta entrevista fue realizada para Sacven, y fue publicada en su página web en mayo del 2015.



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