Pintor de bares
Un vaso con agua y una copa con vino rosado para retocar. Un candelabro cuya vela le quedaba, quizás, un par de horas nada más de luz. (El tiempo justo, pensé después). Una caja de metal que contenía colores de cera y una libreta mediana de dibujo. Un bastón recostado a la mesa. No había más sobre su pequeña mesa redonda. Los músicos le rozaban el hombro antes de subir a la estrecha tarima del bar Oceanen, en Gotemburgo, Suecia. Era un hombre viejo, de cabello y piel blanca en un lugar en el que seguramente nadie más tenía su edad. Apenas comenzó a sonar la música tomó una pluma negra y comenzó a dibujar. Era un retratista. Yo estaba en la otra esquina del bar. Al verlo no puede evitar cruzar el pasillo y pararme justo detrás de él. Comencé a escuchar la música a través de sus trazos suaves.
Primero la dibujó a ella. Las líneas de su falda larga; su franela blanca, que competía con el tono de su piel; su violín, que improvisaría durante toda la noche. Dibujaba a cada músico exactamente el tiempo que duraba cada pieza. Sino le deba tiempo de ponerle color a sus líneas, soltaba la hoja, la colocaba a un lado y comenzaba a dibujar a su próximo modelo. El que siguió era un hombre africano que con el sonido de su tambor, proveniente de Senegal, hacía que todos movieran el cuerpo. A él sí le dio tiempo de ponerle color. De aquí en adelante me daría cuenta de que todos sus retratos tenían el mismo tono de piel: todos tenía piel “color carne”. Tan larga fue la canción que le dio tiempo de colorear la falda naranja de la violinista. Paró de dibujar y sacó de una bolsita negra que le guindaba del cuello un celular; uno de esos celulares en los que tan solo puedes llamar y enviar mensajes. Revisó la fecha para colocarle al dibujo junto al nombre del local.
Al tener estos dos dibujos listos mojó una servilleta de papel en el vaso con agua y comenzó con el acabado. Dependiendo del color que escogiera usaba agua o vino. El concierto es lo que en Venezuela llamamos un “vente tú”. Solo el tecladista, el guitarrista, bajista y el percusionista eran fijos. Los demás eran invitados e iban subiendo dependiendo de la canción que se fuese a tocar. Todo era una mezcla de ritmos y sonidos africanos, árabes, españoles y venezolanos con música sueca. Así que esa noche mi pintor de bares tuvo un ramillete de opciones para desplegar su imaginación. No los pintaba a todos. Escogía a su modelo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete dibujos realizó en la primera parte del toque. Cuando la música se detuvo le pedí a un amigo venezolano que habla sueco que me ayudara a conversar con él.
(Foto tomada con mi celular, disculpen la calidad)
- Llevo rato observándolo, ¿por qué hace esto?
- Simple: porque realmente me gusta.
Tiene 88 años. Mide quizás un metro 60 centímetros. Nació en Gotemburgo. Esta casado, tiene hijos adoptados, y no se atreve a calcular desde hace cuánto tiempo dibuja. “Muchísimo tiempo, que ya ni lo recuerdo”, dijo. Tampoco es capaz de especificar desde cuándo dibuja en bares. “Desde hace tanto”. Lo que sí se atreve a decir es que ha realizado más de dos mil dibujos desde que comenzó a retratar a músicos en los bares nocturnos. Esta actividad la realiza todos los días de la semana, entre las 8:00 y las 11:00 pm. Incluso, puede visitar hasta dos locales por noche.
- Llevo una vida sana. No fumo, no bebo. Esta copa no tiene vino, tiene jugo. Medito todas las noches.
No le pregunto más, el segundo bloque del toque estaba a punto de empezar. Me voy a la esquina desde donde lo vi por primera vez. Intento concentrarme en la música aunque aún lo observo de reojo. Sigue dibujando. Miro el reloj, ya casi con las 11:00 pm. El mira su celular analógico, y le confirma que ya es hora de partir. Comienza a recoger sus colores, su libreta. Se levanta de la silla. Pero aún no sale del bar. Un par de músicos venezolanos enciende la fiesta al ritmo de la salsa en el local. Él se queda unos minutos más. Sonríe.
Ese día 5 de marzo llegó un poco más tarde de lo habitual a su casa.