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Inocente Carreño: "Yo me acuerdo hasta de mis olvidos"


Foto cortesía de José Ignacio Vargas Cruces

Le hace daño darse cuenta de que el tiempo pasa. Sabe que cuanto más rápido camine el reloj menos tiempo le queda. “Este será un perfil un poco viejo”, se atreve a afirmar. Por eso aún hoy, con 96 años de vida, Inocente Carreño (Porlamar, Venezuela, 28 de diciembre de 1919) compone. Ya no crea sinfonías como Margariteña, glosa sinfónica o Misa de Réquiem. Ahora escribe, siempre primero a lápiz, obras cortas.


“Ya estoy limitado para mis actividades como creador musical. Así que me limito a hacer lo que puedo. Pero al ver mi letra de música sin temblores siento una gran felicidad. Yo hago casi todas las mismas actividades que realizaba cuando tenía 50 años. Me despierto todos los días a las 5:00 a.m. para hacer mi gimnasia. Y la gimnasia que hago ahorita es casi la misma que hacía hace cinco años. Uno va perdiendo cualidades físicas, pero no mentales”.


En 2014 creó siete canciones corales, cinco canciones para canto y piano, y dos improntas para violín y piano. “Es lo más pequeño que puedo hacer”, dice este margariteño, que fue criado por su abuela y que llegó a Caracas cuando tenía 12 años. Hace alarde de su modestia. Sabe que es un genio, pero prefiere decir que tan solo ha sido “un hombre laborioso y disciplinado, a pesar de que parrandeaba mucho”.


Cuando llegó a la capital venezolana solo tenía cuarto grado aprobado; sabía solfear y tocaba trompeta. Junto a su familia se mudó a la Avenida Sucre. Por la precaria situación económica en la que vivían se convirtió en el asistente, en una zapatería, de su hermano Francisco, un gran folclorista. No podía seguir en la escuela, ni mucho menos estudiar música. Pero a los 14 años comenzó a componer y a escribir versos. Las leyendas, las canciones populares y los tangos (confiesa que se sabía todos los de Carlos Gardel) que le cantaba su abuela fueron la base de estas primeras composiciones.


Cuando tenía 15 años le escribió a la Caracas lluviosa y fría: “Ha salido el sol después de la lluvia incesante. Ha salido el sol a alegrar con sus rayos a las flores. Así tu amor inundó mi vida en un instante. Viniste tú a inundar con tu luz mis amores, a alegrar la ilusión de vivir el alma”. Es que él conoció a la Caracas vieja, a la que no tenía grandes edificios, a esa de los techos rojos que le escribiría en 1991 la rapsodia sinfónica La ciudad de los techos rojos.


En las paredes de su casa ya no cabe un diploma o reconocimiento más. En los estantes tampoco hay espacio para las libretas de notas y menos para las composiciones. A un poema de Pablo Neruda le hizo una canción. “Gozo un mundo con la poesía. Le doy música a todo lo que me gusta. Aunque no entiendo bien esa poesía moderna. En la escuela, el maestro Vicente Emilio Sojo nos daba clase de literatura poética”.


Eso no fue lo único que el maestro Sojo le enseñaría. Él le cambió la vida a Inocente Carreño cuando ingresó a la Escuela de Música y Declamación; al punto de obligarlo a terminar el quinto y sexto grado en las noches. Sojo se convirtió en su gran profesor, en su amigo personal y hasta en su compadre. “El maestro Sojo fue un maestro muy severo. Era de poco hablar. A mí me trataba de manera muy lejana hasta que fuimos entrando en confianza, y él veía que yo iba progresando. Al principio, cuando yo le presentaba algún ejercicio con la trompeta, me decía: “Borra esa vaina. Eso parece una diana”. ¡Eso era para desanimar a cualquiera!”, recuerda entre risas.


A partir de ahí comenzó su relación con otros genios: Evencio Castellanos, Federico Ruiz, quien le dedicó una obra, y Antonio Lauro, sus grandes amigos; Carlos Chávez, Igor Stravinsky, de quien asegura que no era un gran director; Heitor Villa-Lobo, y Sergiu Celibidache.


“Yo no estudié dirección. Pero dirigí cosas grandes porque veía a los grandes. Recuerdo vagamente la primera vez que dirigí. Bueno, es que yo me acuerdo hasta de mis olvidos. A veces me pasa que voy a buscar algo y no me acuerdo qué era. A veces tengo los anteojos puestos y no me doy cuenta. ¡Pero eso le pasa a mucha gente! Sé que la primera vez que dirigí sudé mucho. Sé que dirigí la Sinfonía N° 40, de Mozart; la Obertura de Rienzi, de Wagner; y el Concierto para piano y orquesta N° 3, de Beethoven”, recuerda quien ayudó al maestro José Antonio Abreu en la construcción de El Sistema.


“Él único que podía hacer algo como El Sistema era José Antonio Abreu”, asegura con convicción. Formar parte del inicio de este programa que ha llenado de orquestas a Venezuela lo llena de orgullo. Y con gran modestia, la que no debería existir en alguien como él, cuenta que dentro del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela hay una orquesta que lleva su nombre. “Yo no solicité eso”, dice como si no mereciera tal reconocimiento. “Quiero manifestar mi afecto al maestro Abreu, quien siempre me ha honrado con su presencia, con sus consejos y con su opinión hermosa sobre mí. Creo que es más de lo que yo merezco”.


Su batuta ha dirigido el estreno de todas su obras, menos la última: El convidado del Niños Jesús, que condujo en noviembre de 2014 el maestro Alfredo Rugeles. “Usted sabe que Margariteña es mi obra más conocida. Y me alegra mucho, pero me da mucha pena porque la gente piensa que es la única obra que tengo (carcajadas). Siempre hay una sonrisa en mi rostro que hace sonreír al otro. Esa es mi vieja costumbre”.

"Margariteña, glosa sinfónica" interpretada por la Sinfónica Juvenil de Caracas (Tomado del canal de Youtube de la Sinfónica Juvenil de Caracas)

Dice estar satisfecho con la vida, con lo que fue y lo que es. Tiene 65 años casado con Olga Cecilia de Carreño. De esta unión tienen cuatro hijos: Cayetano, Olga María, Inocente Emilio y Margarita del Valle. Tiene 10 nietos y cuatro bisnietos, el último nació en Canadá. “En mi familia no ha salido gente tan fea como yo (carcajadas). No son genios, son personas normales, pero somos muy unidos. Mi hijo Inocente dirige una orqueste en París. Mi legado es mi vida personal: he sido un hombre honesto y sincero. Me siento bien, la palabra viejo para mí es muy rara. Aunque ya me están diciendo cosas que se les dicen a los muertos: ‘Chico, Inocente, pero estás igualito’ (risas). Eso es lo que le dicen a los muertos, ¿no? (carcajadas)”.


Entonces, que el tiempo pase lento para usted, maestro.


Nota: este perfil en versión corta fue publicado en la edición Nº 0 de la Revista Digital Escala de la Fundación Musical Simón Bolívar.

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